miércoles, 3 de octubre de 2012

Jesús vino a preparar la humanidad


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Jesús vino a preparar la humanidad para dar el paso más importante de todos, a saber, el de ensanchar nuestras fronteras espirituales. El objeto principal del Sermón del Monte, el cual es la esencia del mensaje cristiano, es mostrarnos la necesidad de dar este paso; es enseñarnos que, para alcanzar la Mayoría de Edad Espiritual, no solamente tenemos que conformarnos con las reglas exteriores, sino que hemos también de cambiar toda nuestra vida interior. La vieja Ley decía “No matarás”, pero Jesús decía que el deseo de matar, o aun el enfadarse uno con su hermano, es por sí mismo bastante para impedirnos la entrada al Reino de los Cielos, y por supuesto que así es. Fue un gran paso en el progreso cuando se pudo persuadir a las gentes bárbaras y primitivas, no solamente que no matasen quienes los ofendían o agraviaban, sino que era necesario además adquirir bastante imperio sobre sí para dominar su cólera. Ninguna demostración espiritual puede cumplirse si no se destruye la cólera en el corazón. Es imposible acercarse a Dios, o ejercer una influencia espiritual digna de atención, o llevar a cabo la curación de los enfermos hasta que uno se deshaga del resentimiento y de la condenación del prójimo. Mientras no estemos listos para deshacernos de estos sentimientos malos, el resultado de nuestras oraciones será de muy poco valor. No cabe duda alguna de que cuanto más amor haya en el corazón, tanto más poder tendrán las oraciones; por eso los que se proponen alcanzar éxito en el camino del desarrollo espiritual, se esfuerzan constantemente por quitar de su espíritu todos los pensamientos de crítica y condenación. Saben que pueden escoger entre la demostración o la indignación, pero nunca las dos. Y no malgastan su tiempo tratando de realizar lo imposible.

La indignación, el resentimiento, el deseo de castigar a otros o de verlos castigados, el deseo de decirse a sí mismo "ha sido pagado con su misma moneda”, todas estas cosas forman una barrera impenetrable a la acción espiritual. Jesús, sirviéndose de símbolos a la manera oriental, nos dice que, si venimos con algún presente al altar y nos acordamos que nuestro hermano tiene algún resentimiento contra nosotros, debemos depositar allí nuestro presente e ir a reconciliarnos antes con nuestro hermano; después de lo cual, el presente será aceptable. Como sabemos, era costumbre llevar al templo ofrendas de diversas clases —desde toros y vacas hasta palomas, y también incienso, o, si convenía, una ofrenda en dinero del mismo valor de estas cosas. Ahora, según la Nueva Ley o dispensación cristiana, nuestro altar es nuestro propio espíritu y nuestras ofrendas son nuestras oraciones y nuestros ejercicios espirituales. Nuestros "holocaustos" son los pensamientos malos que destruimos en el fuego espiritual. Y es por eso que Jesús nos dice que, cuando estemos para orar, si nos acordamos que tenemos en el espíritu un sentimiento vengativo contra alguno de nuestros prójimos o contra cierto grupo, debemos detenernos allí, reflexionar y meditar hasta que nos deshaguemos de ese sentimiento enemigo, y restablezcamos nuestra integridad espiritual, que es como la "túnica sin costura" de nuestra alma.

Jesús desarrolla esta gran lección, otra vez según la manera oriental, por pasos sucesivos —tres en este caso. Primero dice que él que está enojado con su hermano corre un gran peligro; seguidamente expresa que el hombre que guarda en sí un sentimiento vengativo contra su prójimo está en peligro grave; y finalmente nos advierte que, si nos permitimos creer que nuestro hermano debe ser echado fuera del templo, nos cerramos así la puerta del Reino de los Cielos mientras nos mantengamos en ese estado mental. Y por último nos previene que el llamar a un hombre "fatuo" en tal sentido equivale a no esperar ningún bien de él, esto es, negar en un ser humano el poder del Cristo viviente. Y muy serias consecuencias se derivarán seguramente de semejante actitud.

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